Por la Fiesta del Beato Carlos de Austria

 

Octubre es un mes lleno de devoción a santos y beatos singulares, una antítesis predispuesta a lo que una macrocultura secular nos impone. En esta ocasión hablaré de un beato cual su historia tragédica como último emperador de los romanos, sus dedicados esfuerzos como esposo y padre de familia, y más que nada por su devoción cristiana son ejemplos sanos e inspiradores

Karl Franz Joseph Ludwig Hubert Georg Otto von Habsburg-Lothringen nació un 1887 en el Castillo de Persenbeurg, la Baja Austria, aunque no heredaba directamente al trono fue profetizado por la religiosa estigmatizada llamada Vicencia Fauland desde sus escasos 8 años que heredaría el trono imperial, aunque sufriría demasiado, eso estableció un pequeño grupo de oración para socorrerlo. Eso impactaría en la devoción que el archiduque tendría en toda su vida. Tras vivir por donde su padre era enviado por asuntos militares se trasladó con su familia en Viena. Fue educado con tutores privados, sin embargo, contrariamente a la costumbre que rige en la familia imperial, asistió a un gimnasio público para beneficiarse de demostraciones experimentales en temas científicos. Al concluir sus estudios en el gimnasio, se alistó como oficial en el ejército, pasando los años de 1906 a 1908 principalmente en Praga, donde estudió derecho y ciencias políticas al mismo tiempo que cumplía con sus obligaciones militares.

En 1907 fue declarado mayor de edad. Durante los años siguientes continuó con su carrera militar en varias guarniciones de ciudades en Bohemia. Las relaciones del archiduque con el Emperador no eran cercanas y las que tenía con su tío el heredero archiduque Franz Ferdinand no eran cordiales (algo demasiado común en la corte considerando sus visiones más destinadas a actividades como la caza).

Cuatro años después el contraería matrimonio, con la noble Zita de Bourbon-Parme, descendiente tanto de los Borbones Españoles como su rama menor, los duques de Parma, ella fue criada cerca a las familias legitimas del trono español como portugués y eso influenció sus principios legitimistas. Ella conocía de antes al archiduque por amistades de la niñez, y aunque se dejaron de hablar por una década en el año de 1909, su regimiento fue enviado a Brandeis-an-der-Elbe en Bohemia, donde visitó a su abuela, durante una de estas visitas cuando el archiduque Karl y Zita volvieron a encontrarse. Debido al matrimonio morganático del archiduque Franz Ferdinand en 1900, sus hijos fueron excluidos de la sucesión. Como resultado, el Emperador presionó severamente al archiduque Karl para que se casase de acuerdo a las reglas de la casa imperial, en sus memorias ella mencionaba lo siguiente: 

«Por supuesto, nos alegramos de encontrarnos de nuevo y nos hicimos amigos íntimos. Por mi parte, los sentimientos se desarrollaron gradualmente durante los dos años siguientes. Sin embargo, parecía haberse decidido mucho más rápidamente y se volvió aún más apremiante cuando, en el otoño de 1910, se difundieron rumores de que yo me había comprometido con un lejano pariente español, Jaime, duque de Madrid(Jaime III de España para nosotros). Al oír esto, el archiduque descendió apresuradamente de su regimiento en Brandeis y buscó a su abuela, la archiduquesa María Theresia, quien también era mi tía y la confidente natural en tales asuntos. Le preguntó si el rumor era cierto y cuando le dijo que no lo era, respondió: «Bueno, entonces es mejor que me apresure antes de que ella se comprometa con otra persona».

Pocas semanas antes de la boda, en el transcurso de una audiencia concedida a Zita, el Papa San Pío X predice a los prometidos su próxima ascensión al trono. A pesar de que la princesa le recuerda que el heredero directo es el archiduque Franz Ferdinand y no Karl, el Papa y futuro Santo mantiene su sorprendente afirmación. Esa afirmación sería una predicción para bien o para mal de las glorias y atribulaciones del futuro matrimonio real. En Schwarzau, Zita se casó con el archiduque Karl de Austria el 21 de octubre de 1911. La ocasión fue grabada en película, uno de los pocos documentos cinematográficos de la vida privada de la familia imperial.


Ese pequeño cuento de hadas empezó lentamente a enturbiarse cuando un fatal 28 de Junio de 1914 el archiduque Franz Ferdinand fue asesinado por una logia nacionalista serbia en Sarajevo, comenzando la sanguinaria Gran Guerra. Sólo en este momento el anciano Emperador Franz Joseph tomó medidas para prepararlo en los asuntos de Estado. Pero el estallido de la misma interfirió con esta educación política. Como anécdota, en 1914, al comienzo de la guerra, el futuro Emperador declaró a una multitud que se había reunido en el Palacio Hetzendorff en apoyo de la guerra "Todos los que me conocen, saben cuánto amo a Austria y a Hungría. No puedo quedarme atrás en su momento de necesidad. Todos los que me conocen saben también que soy un soldado y que he sido entrenado como tal para la guerra. Sin embargo, no puedo entender cómo la gente puede acoger esta guerra, por muy justa que sea, con tanto júbilo. La guerra, después de todo, es algo espantoso".

Durante la primera fase de la misma, el archiduque Karl pasó su tiempo en el cuartel general en Teschen, pero no ejerció ninguna responsabilidad militar.

En esta época, fue nombrado mariscal de campo en el ejército austro-húngaro. En la primavera de 1916, durante la ofensiva del ejército contra Italia, se le confió el mando del XX Cuerpo del ejército, ganándose de inmediato el afecto de la tropa por su afabilidad y amabilidad. Poco después, fue destinado al frente oriental como comandante del ejército imperial contra las fuerzas rusas y rumanas.

Su tío abuelo el Emperador Francisco José falleció en noviembre de 1916, el archiduque Karl le sucedió en el trono, convirtiéndose en el Emperador Carlos I de Austria.

El 2 de diciembre de 1916, el archiduque Friedrich, duque de Teschen le confirió el cargo de Comandante Supremo de todo el ejército.

Fue coronado Rey de Hungría el 30 de diciembre del mismo año en Budapest como Emperador con el nombre de Karolyi IV. Él tenía la íntima convicción de que Dios le había confiado la corona. Debido a esta certeza, la coronación real en Hungría tuvo un gran significado para él. Cincuenta años después del acontecimiento, la emperatriz Zita habló de la coronación: "Lo que más nos impresionó a ambos de toda la ceremonia fue el conmovedor aspecto litúrgico de todo ello, especialmente los juramentos que el Rey hizo en el altar antes de su unción de preservar la justicia para todos y luchar por la paz. Esta promesa sagrada hecha en la catedral era exactamente el programa político que quería llevar a cabo desde el trono. Ambos lo sentíamos tan fuertemente que apenas fueron necesarias palabras entre nosotros".

El matrimonio de Zita y el emperador Karl parece haber sido muy feliz. Zita ejerció una gran influencia sobre Karl. Con su enérgica personalidad y su inflexible voluntad, empujó a su vacilante marido a tomar decisiones. Como emperatriz tenía una posición políticamente importante y acompañaba a su marido como buena consejera, eso se demostraría en el asunto Sixte Fernand de Bourbon-Parma de Marzo de 1917, cual era básicamente el envío de su cuñado como encargado de negociar condiciones con Francia para la paz. Sin embargo, la Entente insistió en el reconocimiento austriaco de las reivindicaciones italianas sobre su territorio. El Emperador Karl se negó, por lo que no se hizo ningún progreso al respecto.

Estas negociaciones eran contrarias a la posición de su ministro de Relaciones Exteriores, el graf(conde) Czernin, que sólo estaba interesado en negociar una paz general que incluyera a Alemania. Por ello, el primer ministro francés Georges Clemenceau dio a conocer, con muy mala intención, las cartas firmadas por el Emperador, pero Karl negó la participación austriaca. El hecho colocó a Austria-Hungría en una posición muy difícil, y aún más dependiente, con su aliado alemán. Incluso bajo esas intenciones la Monarquía Dual intentó aceptar el intento de armisticio del Papa Benedicto XV del 1 de Agosto , a diferencia del Imperio Alemán cual lo rechazó tajantemente al igual que la Entente, acción que posiblemente condenaría más a futuro a ambos países. Como diría El Dr. Friedrich Funder sobre el emperador Karl en 1938:

"Fue el único jefe de Estado que buscó continuamente la manera de acabar con la guerra... lo hizo utilizando todo su ser, con amigos y enemigos. Si se hubiera actuado de acuerdo con la voluntad y los esfuerzos del emperador Karl, se habrían salvado millones de vidas perdidas en la batalla -y no sólo de austriacos-, se habría evitado la espantosa degradación del pueblo alemán y Europa podría haber disfrutado de una paz duradera hasta nuestros días."

Por lo que respecta a la política interior, incluso en tiempos extremadamente difíciles, abordó una amplia y ejemplar legislación social, inspirada en la enseñanza social cristiana. Su comportamiento hizo posible al final del conflicto una transición a un nuevo orden sin guerra civil para Austria.

A pesar de esto, el 11 de noviembre de 1918, el mismo día en que se firmó el armisticio que puso fin a la guerra entre las Entente y el Imperio Alemán, el Emperador emitió una proclamación cuidadosamente redactada en la que reconocía el derecho del pueblo austriaco a determinar una nueva forma de gobierno y «renunciaba» a toda participación en la administración del Estado”. También liberó a sus funcionarios de su juramento de lealtad a él. El mismo día la Familia Imperial abandonó el Palacio de Schönbrunn y se trasladó al castillo de Eckartsau, al este de Viena. El 13 de noviembre, tras una visita de los magnates húngaros, el Emperador emitió una proclamación similar para Hungría. A pesar de esas tribulaciones, algunos de sus súbditos por la inmensa devoción que tenían al Kaiser, seguían a su lado, como Otto relataba en sus memorias, sus guardias bosniacos se quedaron hasta los últimos momentos protegiendo a su familia.

Aunque este hecho ha sido ampliamente interpretado como una «abdicación», esta palabra nunca fue mencionada en ninguna de las proclamaciones. De hecho, el Emperador evitó deliberadamente el uso de la palabra abdicación con la esperanza de que los pueblos de Austria o Hungría votarían para volver a llamarle.

En privado, el Emperador Carlos no dejó ninguna duda de que él creía ser el Emperador legítimo. Dirigiéndose a Su Eminencia el Dr. Friedrich Gustav Cardenal Piffl, Príncipe-Arzobispo de Viena, escribió:

“Yo no abdiqué, y nunca lo haré. (…) Veo mi manifiesto del 11 de noviembre como el equivalente a un cheque que un matón callejero me ha obligado a emitir a punta de pistola. (…) No me siento obligado por ello de ninguna manera.”

En cambio, el 12 de noviembre, día siguiente de la proclamación, se instauró la República independiente de Alemania-Austria, seguida de la República Democrática de Hungría el 16 de noviembre. Una incansable situación de tregua persistió hasta el 23-24 de marzo de 1919, cuando el Emperador se exilió en Suiza, acompañado por el comandante del destacamento de la guardia británica en Eckartsau, el teniente coronel Edward Lisle Strutt. Cuando el tren imperial salió de Austria el 24 de marzo, el Emperador emitió un manifiesto en el que confirmó su reclamo de soberanía, declarando que «todo lo que la Asamblea Nacional de Austria ha resuelto con respecto a estos asuntos desde el 11 de noviembre es nulo y sin valor para mí y mi casa», lo mismo diría al padre Maurus Carnot, O.S.B., que atendió pastoralmente al emperador Karl mientras estaba exiliado en Suiza, cual oyó afirmar con rotundidad: "Pero nunca renunciaré a mi juramento de coronación. La corona de San Esteban es sagrada para mí. Pueden quitarme la vida, pero nunca, nunca, nunca podrán quitarme mi juramento y mi sagrada corona". Añadiendo a estas historias una declaración vital que diría hace pocos años un pariente suyo, Michael von Habsburg, padre del actual embajador de Hungría a la Santa Sede:

«Pero todos los países de la Entente [Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos] habían decidido que los Habsburgo no debían volver al trono; otras organizaciones, como la masonería, también. La principal organización que desencadenó la Primera Guerra Mundial fue la masonería, y el hombre que disparó al príncipe heredero era miembro de la masonería, así que la idea detrás de la Primera Guerra Mundial era la destrucción del Imperio católico y austrohúngaro, que tuvo bastante éxito.»

Igualmente, la Emperatriz Zita tenía palabras al respecto:

«La primera tarea que se propuso Karl fue procurar que la guerra acabase de una vez por todas. Pero existían demasiadas fuerzas interesadas en que el conflicto continuara. Sabíamos que la guerra solo podría tener un triste final y por eso se intentó encontrar una fórmula para atajarla, pero no tuvimos éxito. Yo, ahora, tanto tiempo después, sólo guardo amor por toda aquella gente que nos despreció, porque estaban engañados. No sabían lo que ocurría realmente»

A pesar de la ingenuidad de estas acciones, la esperanza de no derramar sangre de sus subditos era el justificante de las acciones del Emperador, como la historia de cómo un importante mariscal, Svetozar Boroevic, cual intento llevar ese año un golpe de Estado, cual a pesar de todo no le fue informado al Kaiser, o del barón Léhar, cual hizo la misma proclama en 1921, acallada mediante balas por el almirante Horthy debido a su temor de que países vecinos le invadan debido a la guerra civil húngara que terminaba

Tras el segundo intento fallido de restauración en Hungría, el Emperador y su esposa Zita fueron detenidos en cuarentena en la Abadía de Tihany. El 1 de noviembre de 1921 abordaron un buque destructor británico y desde allí se trasladaron al Mar Negro donde abordaron el crucero ligero HMS Cardiff. El 19 de noviembre de 1921 llegaron a su último exilio, la isla portuguesa de Madeira. Decidido a impedir un tercer intento de restauración, el Consejo de Potencias Aliadas había acordado el exilio de la familia imperial en Madeira porque consideraron que estaría aislada en el Atlántico y fácilmente custodiada.

Una de las mayores dificultades para el emperador Karl fue la separación de sus hijos, ya que él y la emperatriz fueron enviados al exilio en Madeira. Los niños permanecieron en Suiza hasta que la emperatriz Zita, con muchas restricciones, pudo viajar allí y traerlos de vuelta con ella a Madeira.

A continuación, se relata el reencuentro de la familia:

"El 2 de febrero, [el emperador Karl] se reunió con la emperatriz Zita y los niños -el archiduque Robert quedó excluido [porque se estaba recuperando de una apendicitis]- para acompañarlos a ellos y a la archiduquesa María Teresa a Funchal. El emperador Karl estaba en el muelle. La alegría de los niños fue indescriptible cuando le saludaron con exuberantes abrazos al subir al barco. Las lágrimas corrían por las mejillas del Emperador mientras llevaba al pequeño Archiduque Rodolfo en brazos por la pasarela. Los asistentes que habían venido con los niños se asustaron al ver lo cansado y envejecido que estaba su soberano. Pero era imposible ver ningún signo de amargura en su rostro, ni oírle decir nada poco caritativo".

Originalmente la pareja y sus hijos, que se unieron a ellos el 2 de febrero de 1922, vivieron en Funchal en la Villa Vittoria, junto al Hotel Reid y más tarde se trasladaron a la Quinta do Monte. En comparación con la gloria imperial en Viena e incluso en Eckartsau, sus condiciones de vida eran sumamente modestas.

El Emperador nunca salió de Madeira. El 9 de marzo de 1922 se le diagnosticó un resfriado que se convirtió en bronquitis y luego progresó a una neumonía grave.

Durante su última enfermedad, el Emperador se alegraba mucho cuando podía oír desde su lecho de enfermo las voces de sus hijos a través de la ventana, y si éstos podían oírle cuando les llamaba.

A lo largo de su fatal enfermedad fue considerado y se preocupó por el bienestar de los demás debido al peligro de infección, y por el de sus hijos debido al posible trauma de verle tan enfermo. De todos los hijos, sólo Otto, como su heredero, fue llamado a su lecho de muerte porque quería dar al joven archiduque el ejemplo de cómo un monarca y católico afronta la muerte. Mientras Otto sollozaba a gritos viendo a su padre luchar contra la muerte, recibió el consuelo de su madre. El Emperador quería salvar al resto de los niños del contagio y del trauma.

Una de las últimas oraciones que el Emperador pronunció poco antes de morir fue por todos sus hijos, a los que mencionó por su nombre, poniéndolos bajo la especial protección del Señor. La archiduquesa María Teresa escuchó al Emperador rezar por los niños. Ella relata lo siguiente: "'Querido Salvador, protege a nuestros hijos: Otto, Mädi, Robert, Felix, Karl Ludwig. ¿Quién es el siguiente? La emperatriz le ayudó: 'Rudolf', y él continuó: 'Rudolf, Lotti y especialmente nuestra pequeña más reciente [la emperatriz estaba embarazada de Elisabeth, que nació después de la muerte del emperador]. Consérvalos en cuerpo y alma, y deja que mueran antes que cometer un pecado mortal, ¡Amén! Hágase tu voluntad. Amén". Sus últimas palabras a su esposa fueron: «Te amo tanto«. Murió en la pobreza absoluta. De ese modo el Señor aceptó el voto del emperador con su muerte prematura. Las palabras proféticas pronunciadas por el Papa San Pío X al conocer a Karl cuando era apenas un joven archiduque, se cumplieron:

 "Bendigo al archiduque Karl, que será el futuro emperador de Austria y que ayudará a conducir a sus países y pueblos a un gran honor y a muchas bendiciones, pero esto no se hará evidente hasta después de su muerte".

Rudolf Brougier, antiguo edecán, escribió en sus memorias sobre el emperador Carlos antes de su ascenso al trono en 1916 "[Tenía] una auténtica fe en Dios, era generosamente bondadoso, encantadoramente afable, incansablemente fiel al deber, y tenía una aptitud excepcional para el liderazgo militar. Su disposición naturalmente humilde y sin afectación se vio reforzada por su adecuada educación. Carecía de aires de grandeza y de la necesidad de "jugar a la galería". Con toda la alegría natural aceptó su pesada carga, aunque su peso ya le presionaba. La valentía y la intrepidez del Archiduque por su propia seguridad personal eran ya bien conocidas y reconocidas; el desprecio por su propio peligro personal siguió siendo una característica suya como emperador, que conservó durante los peores momentos.

La fidelidad del beato Carlos como monarca ungido es distintiva. Prefirió ser juzgado erróneamente, calumniado, desterrado y reducido a la más absoluta pobreza, antes que ser desleal a su juramento de coronación. Tenía la convicción personal de que nunca podría abdicar porque había recibido la corona irrevocablemente de manos de Dios, a través de los representantes de la Iglesia.

Es difícil de creer que un hombre con tales virtudes y carácter noble pudiera ser tan amargamente opuesto y calumniado para que su reputación fuera destruida. El Emperador no sólo sufrió la confiscación de sus bienes personales, sino que su buen nombre fue destruido por mentiras y falsedades.

Con estos testimonios y conclusiones, cierro este artículo sobre un formidable emperador y sirviente tanto del Señor como de su pueblo, un cariñoso esposo y ejemplar padre de familia, y un mártir de las fuerzas belicosas, de los jacobinos y girondinos, y la masonería. Y además de eso, como poéticamente su dinastía familiar termino con dos linajes anteriormente rivales (Borbones y Habsburgos) unidos y ayudándose ambos a llegar al Cielo prometido. Aprovechemos este día, para rezar para que tanto el llegue a ser Santo, como su esposa, por la Paz de los Justos como siempre hizo en su mandato, por sus parientes lejanos, como don Enrique V de las Españas, por quienes fueron sus súbditos en Europa Central, y finalmente, para que su linaje directo, sea sanado de los errores achacados tal vez causados por la ausencia de su imagen como guía.


O Beato Emperador Carlos, aceptaste las difíciles tareas y los pesados desafíos que Dios te dio durante tu vida. En cada pensamiento, decisión y acción,  siempre confiaste en la Santísima Trinidad. Te rogamos que intercedas por nosotros con el Señor nuestro Dios para darnos fe y valor, para que no nos descorazonemos  en las situaciones más difíciles de nuestra vida en esta tierra, sino que sigamos fielmente los pasos de Cristo.

Pídanos la gracia de que nuestros corazones sean moldeados a semejanza del Sagrado Corazón de Jesús. Ayúdanos a trabajar con compasión y fortaleza para los pobres y necesitados, a luchar con valentía por la paz en nuestros hogares y en el mundo, y que en cada situación confiemos nuestra vida en las manos de Dios, hasta que llegemos a Él, como tú lo hiciste, por Cristo nuestro Señor.
Amén”

-Maximiliano Jacobo de la Cruz

 

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