La Internacional
no es otra cosa que la exhibición de las consecuencias de la escuela liberal. La
Internacional es el liberalismo franco y lógico; por eso creemos que su
aparición es una ganancia para la causa de la veracidad, y por consiguiente
para la causa de la verdad: el liberalismo es el error mendaz, la
Internacional es el error veraz en cuanto cabe, es decir el error que se
muestra como es, y que no engaña. Para comprar un caballo, dice Horacio,
es menester verle desnudo: para conocer el liberalismo es menester verlo en la
Internacional: así sí puede decir el mundo: esto me conviene, o esto no me
conviene.
La soberanía del pueblo, como principio
absoluto, significa que el pueblo, o sea la mayoría de los ciudadanos, tiene
todo el poder social: esto quiere decir soberanía. Según esto el pueblo
tiene derecho a dar y quitar el poder, y hacer por medio de sus representantes,
todo lo que quiera, no todo lo que debe. Si reconocemos
que el pueblo tiene deberes, esto supone que hay leyes anteriores y superiores
a él, las cuales tiene que cumplir, y ya no es soberana su voluntad, ya no hay
tal soberanía del pueblo. Para que la haya, tenemos que admitir que el pueblo
puede dar leyes injustas. Es más: si el pueblo es soberano, es porque es
dueño del poder en todas sus formas, y como la riqueza es una de las formas
principales del poder, pues poseer es poder, se sigue
necesariamente que el pueblo tiene derecho sobre la riqueza, y puede distribuirla
como a él le plazga. Si este derecho no lo tiene el pueblo, entonces no todo
poder le pertenece al pueblo, no hay tal soberanía popular. En suma, si en vez
del principio católico: “Toda potestad viene de Dios”, proclamamos que “toda
potestad viene del pueblo”, o tenemos que ir al socialismo y al
internacionalismo, o somos unos embusteros cuando hablamos de soberanía
popular.
El principio sensualista va al mismo
resultado; todos los errores llevan a un solo abismo. ¿Pues qué es el principio
sensualista sino el principio de que no tenemos más regla de conducta que el
egoísmo? Este egoísmo es el resumen de aquellas “eternas leyes naturales” de
que nos hablan los sensualistas. Ellos quieren fundar la sociedad sobre estas
leyes naturales, es decir sobre los apetitos físicos, prescindiendo de las
leyes divinas y del orden sobrenatural. Según esto, toda acción encaminada a
buscar placer es buena, y todos los goces igualmente lícitos: cualquiera
restricción que a esto se ponga, es ilógica, pues tiene que apoyarse en algún principio
que no sea el de “bien es placer”. Pero como lo que para unos es placer para
otros es dolor, o como alguien dijo, cuando juzgamos que la estricnina es buena
para los ratones, lo que hay es que es buena para nosotros matándolos, pues
para ellos, siendo muertos, es m ala y muy m ala; como mientras más gocen unos,
más sufrirán otros; no hay más medio para desatar la dificultad sino que o
todos gocen y tengan lo mismo — el principio comunista; o que los más
numerosos, los más fuertes gocen a costa de los menos numerosos y más débiles—
el principio del mayor número y de la mayor fuerza. Véase cómo el
“sensualismo”, lo mismo que la “soberanía popular” van lógicamente a dar a la
Internacional. Ahora bien, si estas son las naturales consecuencias de esos
principios ¿por qué muchos que profesan éstos no defienden aquéllas? Porque no
tienen el valor de la lógica, porque quieren explotar la confusión misma que
introducen, y vivir de la mentira; porque no quieren ser víctimas de sus principios,
pero sí que otros lo sean, y aprovecharse ellos de los despojos. A sociedad
revuelta ganancia de falsarios.
Entre estas inconsecuencias liberalescas
está la de pretender la libertad absoluta de la palabra y querer restringir la
de las manos, como si manos y lengua no se moviesen con unos mismos resortes y
no trajesen iguales frutos. En esta falta de lógica incurre el Diario de
Cundinamarca cuando después de atizar la revolución del Tolima calumniando
al gobierno de aquel Estado, llamándolo insufrible, y excitando a los pueblos a
derribarlo, pero con moderación en todo, se disculpa ahora diciendo
(número 1044): “Ellos quieren echar bala y nosotros gastamos tipos, porque
aquéllas matan y éstos vivifican”. Las gentes no entienden estas distinciones
sutiles: los tipos no sólo vivifican, sino que a veces también incendian.
El Diario empuja para que otros caigan y después les afea su caída. Tal
vez si en vez de caer hubieran triunfado los revoltosos del Tolima, otro
lenguaje empleara el Diario.
¡Oh, si hubiera lógica!...
El
Tradicionista,
Bogotá, 5 de junio de 1873, año II, trim. 29, núm. 179, pág. 836. |
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